Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

martes, 22 de abril de 2014

Pon una pareja feliz en una vivienda incómoda y en un año se han separado

 “Dame una pareja feliz, déjame que la ponga en una vivienda incómoda e inadecuada y en cuestión de un año se han separado”. Esta afirmación, que utiliza el catedrático de estética Xavier Rubert de Ventós en sus lecciones magistrales en la Escuela de Arquitectura para explicar a los futuros arquitectos la responsabilidad que recae sobre sus hombros, resulta tan demoledora como ilustrativa sobre la importancia del entorno en el desarrollo personal. Nos obliga a replantearnos algunas cuestiones sobre nosotros y nuestras circunstancias habitables.


Las imágenes de esta casa son cortesía de la revista Casa Viva del archivo V2com, Proyecto: Natalie Dionne Architecture. Fotografías: Marc Cramer.



El arte de manipular el espacio para conseguir una respuesta positiva por parte de las personas es la esencia del trabajo de los interioristas cuando enfocan el proyecto de un restaurante, un hotel o una boutique. Se trata de crear emociones que faciliten encontrarnos a gusto allí dentro, relajarnos, descansar o comprar. Todos los sentidos están expuestos a este chaparrón de estímulos positivos orientado a conseguir una respuesta, aunque sea un simple pensamiento, del tipo “aquí debo volver”. La psicología del consumidor es una disciplina de aprendizaje obligado entre la gente que se dedica al “contract”. La propia arquitectura oscila entre lo estético y lo funcional en una actividad que busca moldear el mundo de cerca.




























Lo mismo ocurre a una escala más modesta cuando se trata de pensar la casa: sabemos que los espacios domésticos bien o mal organizados, como el día nublado, determinan nuestro humor. No sólo eso, también inciden en otras áreas con la misma contundencia: la capacidad de concentración, la de relajarse, la de comunicarse con los demás, posiblemente incluso en los temas  relativos a la salud.
De forma que según esta teoría, las viviendas ya no pueden ser simplemente inteligentes, sino también amables, cariñosas, excitantes o simplemente felices, frente a otras más bien feíllas −pobrecitas− que carecen de todas estas virtudes porque la vida las ha hecho así.

































La vivienda inteligente se construye a base de tecnología. ¿Cómo se edifica la vivienda feliz, la que comunica sentimientos positivos y aumenta los logros personales? ¿Existe una fórmula idónea para ello? Si fuera así todo el mundo acudiría a los estudios de interiorismo con el encargo de conseguir un apartamento feliz, una vivienda pletórica, un pisito de sensaciones y, visto lo visto, no parece que sea así.
Vivimos en casas o pisos sin pretensiones edificados por empresas inmobiliarias que sólo tenían una pretensión. Y sin embargo, somos más o menos felices en medio de la vulgaridad imperante, de la incoherencia decorativa.





Últimamente hemos contemplado en televisión algunos programas de éxito inesperado donde se muestran casas que, salvo honrosas excepciones, van de lo feo a lo ostentoso, de lo cutre a lo ridículo y, a veces, consiguen poseer ambos rasgos. Las viviendas de  los famosos que nos muestran las revistas del corazón son un catálogo de horrores donde el mal gusto se podría indexar y clasificar por capítulos. Por lo general, la regla imperante es: a más dinero, más espanto. Tal vez esas casas sean la causa de que los actores de Hollywood se separen con tanta facilidad. Rubert de Ventós ya lo advertía.

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