El aspecto emocional es la clave del nuevo diseño de interiores y explica por qué algunos espacios nos hacen sentir a gusto y otros no tanto. Mi experiencia como periodista sobre cultura del diseño y la dirección de las revistas Casa Viva y Proyecto Contract me animan a compartir reflexiones sobre la cultura del entorno.
Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio
Hogarfeliz vitaminado Este medicamento puede ser usado sin necesidad de prescripción facultativa, según las dosis e instrucciones de este folleto. Indicaciones: Depresión, ansiedad, abulia, estrés, aburrimiento crónico, rechazo a la fealdad ambiente, cansancio, irritabilidad crónica, desamor.
Las imágenes de este post pertenecen al catálogo de la firma Muuto
Dosis recomendadas: de 8 a 12 horas diarias, salvo domingos y festivos que se puede ampliar a 24 horas sin salir de casa perfectamente. Composición: 20% de espacio abierto, 20% vistas al exterior agradables, 20% confort climático, 20% interiorismo funcional actual, 20% detalles personales. Contraindicaciones: no se conocen pero en todo caso se recomienda precaución a las personas con alergia hacia la calma interior, con síndrome de hiperactividad o tontería congénita. Menores:Está especialmente indicado para los menores de edad en las mismas dosis que sus padres, pero con una especial atención al entorno de sus habitaciones, a fin de que los beneficios sean inmediatos.
Los beneficios del hogar feliz son conocidos desde hace siglos, pero nunca como hasta ahora se han demostrado tan radicalmente positivos frente a los inconvenientes de la aglomeración urbana y la presión laboral. Las sensaciones de refugio, calidez y confort que proporciona son idóneas para combatir desarraigos físicos y mentales, complicaciones de la individualidad, así como diferentes desarreglos de la armonía interior producidos por ambientes negativos y noticias desalentadoras. El hogar es el lugar donde se ubica el núcleo personal solo o en compañía. En ambos casos, su adecuación proporciona un entorno preciso para el desarrollo correcto de las actividades de las personas. Es muy importante cuidar este espacio para que pueda desplegar sus efectos en nuestro organismo, sus habitantes. Estos efectos son inmediatos si el hogar se ha tratado con la profesionalidad, calidad y esmero que los interioristas conocen. Consultar un profesional antes de intervenir sin guía ni norte en sus cuatros paredes.
Según estudios realizados por la Universidad de Salmassachusets, la felicidad personal está íntimamente relacionada con el espacio donde se desarrolla y la inversión realizada en el mismo se devuelve siempre multiplicada por 2,5 a las personas que lo habitan.
¿Quién no ha tenido un vecino
pelmazo que ponía la televisión a mayor volumen del recomendable a altas horas
de la madrugada? ¿O unos jóvenes fiesteros que alargaban la noche del viernes
hasta el amanecer a base de risotadas y música dance? ¿O un perrito solitario que
ladraba durante el día incansablemente a los antepasados de sus dueños? Todos
hemos sufrido las consecuencias de unos divisorios livianos colocados por constructores
y promotores avaros que dejan la intimidad del hogar en manos de un
pseudotabique de diez centímetros de espesor. Los mismos que nos separan en
nuestra cama de los ronquidos del vecino, modelo circuito de fórmula uno. Un
problema de acústica en el hogar.
Las imágenes de esta entrada pertenecen a una vivienda proyectada por el estudio MU Architectur y son cortesía de la revista Casa Viva
Los estudios de arquitectura
internacional más preparados han incorporado a sus servicios un departamento de
consultoría acústica para dar respuesta profesional a una demanda cada día más
ineludible y bien expresada por sus clientes: las acondiciones de sonido de los
edificios. Y a medida que los expertos en esta materia han profundizado en las
posibilidades, necesidades y potencialidad de las construcciones, han bajado al
detalle hasta descubrir que los requisitos de una buena acústica no son exclusivos
de los auditorios, cines y salas de teatro, sino que forman parte de las
exigencias de todo espacio diseñado para respetar a sus ocupantes, entre ellos,
en un lugar preferente, los hogares.
Intervienen muchos factores en
este sofisticado capítulo del proceso constructivo: desde la volumetría de los
espacios a habitar, hasta los materiales que los recubren, el grueso de las
paredes, las propiedades de vibración sonora, las ventanas, los tejidos, el
pavimento… Según los expertos cada edificio tiene un sonido determinado y, si
se para el oído con atención, descubriremos que cuanto más grande y alto es,
tanto más claro se expresa en su propio tono de voz. Más o menos como una
soprano. La arquitectura suena: hay edificios cantarines y otros opacos. Hay
espacios donde se fomenta el caos, como las discotecas, y otros donde se
respeta el silencio, como las bibliotecas de toda la vida.
A nivel residencial la cosa no
varía demasiado. Hay casas ruidosas y otras, afortunadas, que lo son menos. A
las vibraciones sonoras de origen humano hay que sumarle el sinfín de elementos
que producen ruidos, sonidos y murmullos dentro de la estructura de una casa y
que suelen actuar especialmente durante la noche, cuando la radio y la calle no
compiten con ellos y las pisadas sobre el parquet, la caldera, las estructuras,
los cristales y las cortinas entablan su suave y persistente conversación. A
veces, de forma inquietante.
El descubrimiento del silencio es
uno de los grandes retos que tenemos ante nosotros en una sociedad que fomenta
el ruido permanente. Ya se han celebrado fiestas silenciosas (a base de cascos)
donde la música se interioriza y el silencio se convierte en un ingrediente más
del encuentro. Y existen plataformas que pretenden fomentar la ausencia de
sonido como un bien a recuperar dentro del aparente follón urbano. Luchar contra el ruido es una
forma de ecología mental que encuentra su paralelo en la responsabilidad
ecológica que se opone a la suciedad sobre el planeta. El silencio es un bien
de la naturaleza recuperar. Y si el vecino no baja el volumen, siempre queda la
solución que proponía un amigo: sumarse a la fiesta.
¿Cuáles han sido los diseños que nos han dado mal rollo este año? Aquellos que han sacrificado la sensación de armonía y orden en aras de un impacto visual mal entendido; o de una corriente organicista que evoca la obra de Giger para el film Alien; o aquellos que buscan la complicidad de clientes de mal gusto que opinan que el diseño es una etiqueta para presumir de pasta. Hemos hecho una selección de todo lo que ha llegado a nuestra redacción y he aquí el top ten del diseño feo, el culmen del mal gusto, lo que no debemos comprar nunca ni siquiera para un cuñado odioso. Por supuesto, esta entrada recoge una opinión absolutamente discutible de quien esto firma y que está dispuesto a escuchar voces contrarias. Faltaría más.
Esta mesa de Fendi Casa recupera las esencias de los ataúdes más bellos que conocemos con su peana dorada y su cruz en la tapa. Descanse en paz el buen diseño.
Morelato recupera innecesariamente esta butaca que, en su día, perpetró Mario Bota y que ha envejecido terriblemente desde la época de Memphis. Representa a un señor a punto de bailar una sardana.
La empresa portuguesa Paolo Cohelo (esperemos que no sea del novelista pseudopsicólogo brasileño) aporta esta penosa versión descafeinada de la lámpara Twigy de Foscarini que probablemente se tumba al primer soplo. Copia. Meeec!
La cómoda que nos ha dado más mal rollo y dolor de cabeza es esta pieza de la firma holandesa Ontwerpduo que se entrega con una lente deformatoria que, oh, milagro, la pone tiesa a través del cristal. ¿Pa qué?
La empresa Stress Less se podría exprimir un poco el coco y contratar algún diseñador que nos convenza de que los sillones de relax no tienen porque ser horrorosos. Éste, digno de una peluquería de barrio, se lleva el premio
Otro copión que se queda tan ancho después de fusilar el Nest de Dedon. La empresa se llama Skyline. Como dijo el sabio, bienvenidos sean nuestros imitadores porque de ellos serán nuestros defectos. Lo mejor es la rubia.
La firma Martínez Orts combina en esta lámpara todos los despropósitos que ha encontrado en el almacén para presentar un puzzle infumable con aires de Murano y acabado viejuno.
Este puf de los franceses Mise en Demeure tendría sentido en una tienda de neumáticos, pero en casa no deja que se acerque nadie. Compite con otros tapizados con tejidos risibles pero hemos escogido éste porque es feo por que sí.
Una lámpara que presenta Portobello Street que da miedo, mucho miedo: astas de venado trenzadas con pantallas de pelo de marmota, cadenas, argollas, todo fundido en bronce... Ven hacia la luz, Caroline.
La italiana Slamp ha encargado a Nigel Coates unas lámparas y éste ha tirado de lo primero que se la ocurrido y ha hecho unos monigotes metálicos que dejan escapar la luz y la risa.
Los
años noventa fueron la época gloriosa del mestizaje que era como asimilar algo
de la modernidad pero con mala conciencia. Con el cambio de siglo y las nuevas
circunstancias, las ambigüedades se han acabado. Es el Reino del Vintage.
Los
grandes ríos de las tendencias decorativas se originan en manantiales tan
diversos como los locales de restauración, la televisión, el cine, las revistas
y las expresiones artísticas. Si nos fijamos en las primeras habrá que aceptar
que estamos en plena y fanática revisión del pasado. De Londres a Shanghái, de
Sao Paolo a Estocolmo no hay restaurante
que se precie que no parezca extraído de un documental de la Europa de
entreguerras, con pinceladas exóticas o sin ellas. Espacios añosos con sillas
de metal o de madera curvada que parecen rescatadas del contenedor (ahora mismo
la Tolix de colorines es un bestseller inesperado), mesas carcomidas por el
tiempo y el friegue intensivo con jabón Lagarto, baldosas hidráulicas
descascarilladas, lámparas de metal rescatadas de anticuarios, herrajes de
aspecto art-decó, librerías inesperadas, cachivaches varios atornillados en los
estantes, luces tenues que cohesionan la ensalada visual de nostalgia por un
tiempo pasado en que la vida real no era tan amenazante.
Porque me niego a creer que esta moda
sea pura casualidad. Más bien parece el reflejo de una época miedosa en que la incertidumbre
se ha convertido en la única cosa cierta que nos queda y el futuro se contempla
como algo amenazador donde sólo se mueven con gusto los hípsters de barbas
largas (como las que frecuentaba mi bisabuelo, por cierto), gafas de pasta y
habilidades informáticas varias. Miremos hacia atrás porque hacia delante nos
da canguelo. El pasado era algo penetrable y humano -o al menos eso nos parece
ahora mismo- por lo que nos sentimos reconfortados en brazos de un amable
orejero de cuero gastado mientras tomamos un café y charlamos. Y en cambio,
todo lo que huele a modernidad, racionalismo y sencillez estética (ese
ramillete de valores democráticos que costó tanto conquistar y estamos
perdiendo a marchas forzadas) se identifica con la crisis de la modernidad.
El otro día leí en una reseña de un
nuevo restaurante de Madrid que se trataba de un diseño retro vintage, lo que se
presentaba como un aliciente similar a la calidad del jamón para acercarse
allí. A ver, un poco de orden por favor. De entrada, estamos hablando de dos
conceptos que no se deben confundir. Un mueble, un objeto o un ambiente se
consideran vintage cuando poseen una solera real acumulada con el tiempo, el
polvo y el uso. En este sentido se trata de algo realmente viejo, y si se trata
del mundo de la moda, de donde procede el término, una prenda que tiene más de
veinte años. El término retro se debería reservar a todo aquello que está
inspirado en elementos del pasado. El nuevo Mini tiene una estética retro. Un
Mini restaurado de verdad como el que conducía mi amigo León hace treinta años
es vintage.
En cualquier caso nos hallamos ante una
estética tan pobre como engañosa, que cubre su vacuidad con aparente miedo al
vacío y que a falta de discurso estético echa mano de todo lo que pilla para
abrumarnos con sus guiños al siglo pasado. Una visita gratuita al infame Museo de Cera. Esperamos que no contamine con su
retórica polvorienta el universo de la casa para no tener la sensación de que
damos un paso atrás.
Bien pensado, cómo va a convencernos de
que en plena era de la vivienda inteligente, interconectada y autosuficiente
debemos colocar un quinqué de aceite falso en el salón. Decididamente, el retro
vintage es una tendencia de cartón piedra para una época con escaso apego a su
tiempo. Que viva pocos años.
Todo director/a de revista de
decoración sabe que en una cena informal alguien acabará formulando la pregunta
fatídica que le hará sentirse especial y
a la vez un poco culpable por pertenecer, aunque sea por simple roce, a
un mundo imposible. Pondrá cara de inocente, dejará el tenedor apoyado en el
plato, se limpiará los labios con la servilleta, levantará una ceja para
hacerse el interesante y dirá: “Pues sí, todas
las casas que publicamos son de verdad. Sí, en efecto. Vive gente en
ellas.”
“Ooooh”, dirán todos. “¡Hay otros
mundos!” exclamará el agente de seguros levantando la copa de vino, y todos le
reirán el comentario oportuno y excluyente, cabeceando afirmativamente. Todos menos
la mujer del agente de seguros, morena, ojos verdes, cinco idiomas, que le
mirará intrigada y le hará la segunda pregunta fatídica, la que no tiene
respuesta. “¿Y por qué no publicáis una casa tal como es, sin maquillarla?
Sería un puntazo, ¿no?”
Imágenes de Jordi Miralles, cortesía de la revista Casa Viva
El interpelado, repentinamente convertido en Jack el Decorador,
visiblemente azorado, se acuerda de aquella vez que disparó cuatro fotos
caseras al salón de su casa para la inmobiliaria que debía venderla y aquel
apareció como un patético piso patera atestado de trastos. Nunca se vendió,
pero él siempre ha sospechado que no fue culpa de la crisis sino de aquellas
descuidadas imágenes. Cuando vuelve en sí mira a la morena intrigante y le
contesta para salir del paso algo así como: “Pues no es mala idea. Habrá que
probar.”
Sabe positivamente que una casa
no se puede atracar con la cámara después
de la comida familiar del domingo, porque aunque ése sea un momento
real, no refleja la esencia de la vivienda. Pero también entiende que el
reportaje estilizado y preparado laboriosamente por un equipo de profesionales
no acaba de sacar a la luz el alma de ese espacio. Se acerca, se acerca mucho
de hecho cuando se trabaja con luz natural, se deja al sol hacer diabluras,
aparece gente… pero siempre falta algo.
El Detective de revistas de
decoración cree que ésa es una cuestión irresoluble y dedica largas horas a cavilar
sobre el tema, pues su pensamiento está tan absorbido por el trabajo que hasta
le gusta entretenerse con enigmas bobos como ése. Recuerda que un par de días
atrás al atravesar la puerta de su casa se cruza de improviso con el hijo de un
vecino y ambos se dan un buen susto. Qué tontería, piensa, asustarse al doblar
una esquina.
Y en ese preciso momento, el Agente de revistas de decoración, que tiene el conocimiento un poco mermado
de tanto pensar en términos de diseño y arquitectura, ve una lucecita y descubre
qué es lo que siempre falta en sus reportajes, lo que nunca reflejan las
cámaras en primer plano, las grandes olvidadas del documento gráfico de una
casa: las esquinas.
En las esquinas está el secreto
de un espacio, el punto de encuentro de los planos que soñó un día el
arquitecto y que dibuja las líneas de luz. Ahí está la geometría real de la
vida que se mueve allí. Se encuentra la gente, se cruzan hermanos, padres e
hijos, abuelos, amigos, amantes y visitas inesperadas. Las esquinas nunca
aparecen en los reportajes de las casas porque son espacios demediados, rotos
por los planos que se encuentran, son áreas intermedias, en tensión. Carecen de
armonía, de paz y lo peor de todo, del más leve rastro de simetría. Las
esquinas obligan a escoger, separan, rompen y crean. Son los artículos
indeterminados del lenguaje decorativo. Son pura pasión, en contraposición a
esos maravillosos y estáticos planos generales que retratan la cara de las
casas. El alma está escondida en las esquinas.
Como en las ciudades, las
esquinas son el lugar donde queda la gente cuando se cita, el cruce de caminos
donde las esperas son pequeños monumentos de vapor de lluvia. Como en la vida,
las esquinas son esos momentos en que aparece lo inesperado, se evoca la magia
de las grandes decisiones y se toma un camino u otro. ¿Cuántas hemos doblado
desde niños?
El Comisario de revistas de decoración decide que
valdría la pena probar a realizar un reportaje de una casa a base de retratar
sus esquinas. Quedaría un poco rarito, probablemente, pero tal vez así se
captaría esa alma inaprensible que se esconde al fotógrafo. Se dirige a la morena con ánimo de impresionarla con su ocurrencia pero ella está en otro lado. Ha doblado la esquina.
“El 98 % de los edificios que se hacen hoy son pura mierda, carecen de sensibilidad, sentido del diseño y respeto por la humanidad”. Así de a gusto se quedó el histórico arquitecto del Guggenheim de Bilbao en la rueda de prensa que ofreció a su llegada a Oviedo poco antes de recoger el Premio Príncipe de Asturias. Antes de eso, el maestro había enseñado el dedo corazón en toda su longitud en ese gesto que nos obliga a reñir a los niños y que significa algo así como "que te den..." La gráfica respuesta de Frank Gehry, tras pensar unos segundos, fue la reacción a una pregunta tan legítima como inteligente: "¿Qué opina de quienes piensan que su arquitectura es espectáculo?" Ya sabemos qué opina el legendario Gehry al respecto. Está claro que no tiene un buen concepto del espectáculo como acto social pero sí un gran concepto de sí mismo. Tal vez estaba anunciando que ha dejado para siempre las formas atormentadas de sus edificios y ha decidido adoptar la verticalidad como garantía de pertenecer a ese exclusivo 2% de edificios con sensibilidad y sentido del diseño. Maestro Gehry, no sea tan temperamental y muestre un poco de humildad ante la humanidad que contempla su obra. A la ciudad de Bilbao le ha ido de perlas la carpa de titanio que montó en su ria y nadie le tiene por menos por esa feliz circunstancia. Otro tema es si hemos de llenar el planeta de carpas y circos o de edificios responsables. Qué carácter el de este hombre. Colegas de la prensa, si un dia Calatrava da una rueda de prensa hablénle del tiempo, por favor de Dios...
Customizar es un bonito barbarismo que, en el mundo de la moda, tiene el significado de rescatar un producto industrial del montón
para intervenirlo a mano y darle un aire personal y único. Es pasar de la
industria a la artesanía o, lo que es lo mismo, desandar lo andado en los
últimos cien años. En realidad no estaría mal desandar muchos caminos que nos
llevan a parajes inciertos, y no solo el de la industrialización salvaje.
Si nos vamos al mundo del automóvil,
sección garrula, nos encontramos con el término tunear que define una operación
muy parecida pero más metálica, más plancha y pintura que la primera.
En ambos casos los “palabros” son
meros anglicismos que vienen a sustituir el castizo “personalizar”, para darle
un aroma a actualidad, a guay y a misterio para iniciados que, reconozcámoslo,
el idioma de Shakespeare aporta con admirable facilidad.
¿Existe un tema parecido a customizar o tunear en el diseño de interiores? De hecho, alguna de las ideas más
divertidas que hemos detectado en las últimas y exhaustas ferias profesionales,
gira alrededor de la intervención final del consumidor, como los sofás a la carta, o aquellos que permiten escoger la tapicería on line. Y si le damos dos vueltas al tema pronto se nos aparecen
en nuestra memoria enciclopédica las lámparas de Maurer que aceptan mensajes o dibujos del niño a
modo de pantalla, los nuevos programas de mueble infantil que se pueden
ilustrar con la foto del retoño, las composiciones modulares más complejas… Definitivamente, sí... Existe la customización en nuestro sufrido entorno. Vamos a recopilar
todo lo nuevo que hemos encontrado al respecto y hagamos un artículo sobre esta
tendencia.
Lámpara Zettel de Ingo Maurer, un magnífico ejemplo de customización "avant la lettre", ya que permite componer el difusor luminoso con nuestros propios mensajes. Como todo lo del suizo, genial.
Veamos como se pasa en un entorno residencial de lo industrial y seriado a lo personal e intransferible: se trata de coger un
espacio vacío dado, equiparlo y vestirlo para que se amolde a nuestras
necesidades diarias, se parezca a
nosotros y a ningún otro; asombre a los amigos si es posible, y de paso
se nos adelante para explicar a nuestros visitantes cómo somos, qué nos gusta,
qué comemos, qué entendemos por ocio y por cultura. Sería un poco como tunear
una casa con los alerones de la última tecnología doméstica, la carrocería de
los nuevos materiales, para acabar customizándola con las ropas y complementos
que mejor se adaptan a nuestra personalidad. Un poco de todo, vaya.
Visto desde este punto de vista,
el proceso mola mucho, pero si somos un poco rigurosos habrá que confesar que,
en realidad, estamos hablando de un trabajo de interiorismo corriente y
moliente: instalar, pintar, decorar. O sea que las casas se han customizado
toda la vida con más o menos gracia, se han personalizado irremediablemente, a
veces para reflejar a personas extraordinarias y otras para dar pena. Estamos
inventando la sopa de ajo puesto que no hay dos viviendas iguales y en
decoración el proceso de personalización es tan elemental como inevitable. Los muebles y complementos son los vocablos de un lenguaje que algunos balbucean y otros usan para elaborar discursos maravillosos. Pero siempre son únicos.
El programa de sofás de la firma My Oruga permite al consumidor diseñar el formato y la tapicería desde la página web de la empresa.
¿Nuestro gozo en un pozo? Pues no, porque el hecho de que la customización sea inherente al proceso de diseño no le quita mérito sino, al contrario, le presta nobleza y pedigree. Que sea habitual lo hace aún más reivindicable y nos obliga a fijarnos en ello y a venderlo a nuestros clientes. No estará de más enfatizar
este aspecto de espacio único, seña de identidad del buen diseño de interiores, a través de una palabreja que
se centre en ello (no hay que despreciar un buen barbarismo relleno de aromas
cool, aprendamos del mundo de la moda que nos lleva mucha ventaja en temas de comunicación). Necesitamos un vocablo que se refiera a la operación de personalizar espacios con el necesario glamour expresivo como para que haga fortuna por ahí fuera. Como saben las empresas de “naming” (sí, las que se inventan nombres y cobran por ello), si una marca no tiene nombre, simplemente no existe. Es difícil pero en un alarde de iniciativa nosotros proponemos
“decoratear”, como derivada del verbo inglés del mismo significado, para
expresar esas ansias de no parecernos a nadie, de hacer una casa diferente,
personal e intransferible. Vale... no es muy original, pero es un principio. Se
aceptan sugerencias.
Al pintar la casa de arriba a abajo, además de tapar las inoportunas grietas de las paredes, también cubrimos algunas grietas del alma y de paso vemos las cosas con la perspectiva diferente que da otra luz, otro color… Por eso cambiamos los muebles y nos mudamos de casa. Conozco verdaderos profesionales de la migración. Gente que responde al fenómeno moderno del nómada urbano y vive con un pie en una ciudad europea y otros en la Costa Oeste de Norteamérica. La distancia es un parámetro dudoso y que empieza a perder su carácter amenazador.
Documental sobre la obra de John Lautner, estrenado en 2008, Infinite space: the architecture of John Lautner
Los cambios dan miedo. Todos implican un alejamiento de la rutina protectora y un cierto espíritu de
aventura para abrazar un futuro que no sabemos cómo será… Pero por mucho que
nos resistamos a traspasar las fronteras de lo conocido, sabemos que los
cambios son buenos: nos renuevan por fuera y por dentro, nos obligan a mirar
las cosas de otra manera, aportan ilusión, frescura, juventud.
Cambiamos de coche, de amigos, de ropa,
de móvil y de trabajo. A veces, de pareja. Y luchamos para que esos cambios sean positivos y
aporten cosas nuevas. ¿De qué sirve mirar atrás si nada volverá a ser como antes?
Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, decía el viejo Heráclito. Todo
fluye.
Elrod Residence, Palm Springs, California, maravillosa obra de John Lautner que sale en la película Diamantes para la eternidad de James Bond.
La tecnología lo cambia todo, incluso la forma de habitar. Por primera vez, la idea de la
máquina para vivir que habían proyectado premonitoriamente algunos visionarios (como Joe Colombo) se hace realidad. Las viviendas son más autosuficientes y están mejor preparadas que nunca. La
gestión de la energía de uso residencial es más racional. La falta de espacio nos obliga a pensar la
arquitectura de otra forma.
El fracaso del modelo inmobiliario occidental (que pagaremos durante un tiempo) permite augurar que los proyectos de arquitectura
doméstica van a sufrir una interesante sacudida. La estética depurada
(minimalista, dicen los cursis) que nos permitió respirar después de siglos de
anticuada ostentación pequeño burguesa, empieza a mostrar signos de cansancio y
a vestirse con otros ropajes donde lo tradicional y lo intercultural tienen
algo que decir.
Un paseo virtual por la Fallingwater House del viejo Frank Lloyd Wright.
Se acabó finalmente la
controversia entre hogares clásicos y modernos. Ya nadie quiere vivir en el
museo de cera y ello deja el camino libre a la diversificación del interiorismo
contemporáneo: por fin se puede disfrutar de un espacio actual con características
personales que son las que cada uno sabrá infundar a su entorno. La libertad estética es una conquista irrenunciable y nos da vía libre para plantearnos cómo queremos que sea nuestro entorno sin el corsé de los estilos.
El interiorismo, a partir de
ahora, se dividirá en dos: el bueno y el malo. Aquí procuraremos ocuparnos
exclusivamente del primero. Pero también nos divertiremos de vez en cuando con el segundo.
¿Qué puede hacer el diseño de interiores por
mejorar nuestro mundo? Pregunta interesante que nos planteamos todos los que
creemos en la necesidad del buen diseño y que los profesionales contestan
hablando de cosas como Calidad de Vida, Belleza en nuestro Entorno,
Funcionalidad y Estética… Sí, es cierto. Entre los objetivos de los diseñadores
siempre hay un ojo puesto en la excelencia del entorno y de las pequeñas y
grandes cosas que lo componen. Todo eso y mucho más aporta el diseño
industrial o de interiores a nuestra vida.
Pero yo destacaría algo más
esencial, algo que está en la base de esta disciplina, que supone una actitud y
no una competencia de gente que sabe proyectar paisajes urbanos, edificios,
casas, ceniceros… Una mirada a las cosas que es la verdadera lección del buen
diseñador. Un golpe de agua fresca a la cara que nos limpia los ojos por la
mañana. Una revelación inesperada que vuelve del revés la forma en que nos
relacionamos con lo que nos rodea. El diseño aporta algo increíblemente
poderoso en nuestro tiempo repleto de
información, ruido y mensajes que recibimos de continuo y a todas horas. Aporta
el concepto de simplicidad. Un valor poco apreciado que adquiere, de golpe, una
gran importancia.
Los grandes inventos del TBO, en este caso dibujados por Tur, eran la antítesis del concepto moderno del diseño, pero eran entrañables.
La mejor definición del trabajo
de un diseñador me la confió una noche el gran Josep Lluscá, en un restaurante
de Colonia, tras un choucrut magnífico remojado con cerveza fría. La
historia, además de instructiva, es preciosa:
“El responsable de una vía férrea está preocupado porque los viajeros
se quejan de que el traqueteo de los trenes les impide dormir durante el viaje.
De modo que, para resolver el problema,
llama a un ingeniero y a un diseñador. Les expone el conflicto y les pide que
den con una solución para el ruido que producen las ruedas al pisar las juntas
de acero de las vías en el plazo más breve posible. Al cabo de dos semanas los
dos profesionales se presentan ante el director de la línea de ferrocarriles
con sus soluciones. El ingeniero ha proyectado un sofisticado dispositivo de
amortiguación a base de ballestas, muelles y flexos que hace que las ruedas
pasen por encima de las juntas de las vías de forma extremadamente suave. Es un
poco caro pero el ruido queda bastante amortiguado. El director está complacido
y entonces se dirige al diseñador que solo trae un tramo de vía en sus manos.
¿Y usted que propone? le pregunta. Y el diseñador le muestra la vía y le dice:
Simplemente, que hagan las juntas en diagonal y problema resuelto…”
La fábula del ingeniero y el diseñador, según Lluscà con moraleja y todo
La complejidad es una variable de
nuestra vida que da trabajo a mucha gente. La burocracia, la política, la
economía de Estado, el poder judicial, el derecho, son temas complejos que
precisan de profesionales muy preparados para solucionar nudos que, al final,
eran relativamente sencillos. El diseñador elimina la complejidad de nuestro
entorno y nos enseña que la sencillez es mucho más reconfortante y apropiada
para el día a día. Nos muestra que eliminar y saber reducir las cosas a lo
esencial es lo que nos permitirá afrontar el futuro con garantías de éxito, sin
cargarnos el planeta ni caer en necesidades superficiales que, si las
analizamos con detalle, tal vez no eran tales. En un mundo en que el silencio,
el espacio vacío y la paz son los primeros valores a conservar, tal vez sea
bueno pensar con la mentalidad del diseñador que, simplemente, cambió el corte
de las vías.
La asfixiante situación económica de este país (diga lo que diga Mariano) ha obligado a un buen número de jóvenes talentos a emigrar a lugares donde se pueda valorar su fuerza de trabajo. Pero no se trata de emigrantes a la vieja usanza, sino de una nueva forma de nomadismo. El fenómeno de los nuevos nómadas urbanos se refiere a la gente que vive a caballo entre varias ciudades, casi siempre por razones de trabajo. Para estas personas el aeropuerto es su
sala de estar habitual y el cambio de horario y de lengua, anécdotas que no
interfieren en absoluto en su día a día. El ser humano, como sabemos, se
aclimata a todo. Pero también existe un número cada vez mayor de personas que
se desplazan de un lugar a otro del planeta por pura vocación viajera, por
acumular experiencia y cultura, por no sentirse atados a un entorno determinado
que suelen percibir como algo cerrado y asfixiante. Existen muy buenas razones: becas, conocimiento, cooperación
humanitaria, intercambio cultural, aprendizaje de idiomas, vacaciones, búsqueda de mejores condiciones de vida, sin olvidar los que viajan por amor.
De hecho la humanidad ha sido
durante mucho más tiempo nómada que sedentaria, y gracias a ello el mundo se ha
poblado de forma uniforme. Hasta el descubrimiento de la agricultura, hace unos
diez mil años, no se crearon los primeros asentamientos, embriones de las
modernas ciudades. Y ahora que disfrutamos de las mejores condiciones de vida
alrededor de un lugar seguro y confortable, la gente joven redescubre el placer
de no echar raíces, las ventajas de vivir en varios sitios, de ampliar las
fronteras en todos los sentidos. Todo está a un golpe de avión, de la misma
forma en que nos podemos comunicar vía Internet con un amigo en Osaka o Cancún
en tiempo real.
Proyecto de vivienda prefabricada de López-Pedrero-Roda Arquitectes. Foto: Isabel Casanova cortesía de la revista Casa Viva
¿De qué forma esta inquietud por
empezar de nuevo en otra geografía distinta afectará a nuestras casas? ¿Tiene
sentido la búsqueda del confort extremo en una residencia si las nuevas
generaciones están pensando en cambiar y no en establecerse? Los popes de la revolución
informática y las grandes corporaciones que representan están, ahora mismo,
peleándose por el mercado de los pequeños terminales móviles porque están convencidos de que todas las comunicaciones, incluidas la navegación por la red y las
transacciones comerciales, pasarán por ellos. El terminal móvil es el futuro de todo.
Casa prefabricada proyectada por la firma Infiniski con material reciclado.
Necesitamos gadgets pequeños y
personales para proseguir nuestra peculiar carrera hacia ese futuro. Objetos reducidos,
terminales de bolsillo, información en la mano a un golpe de clic en casa, en
el metro, o donde sea. La vida seminómada hacia la que nos dirigimos, precisa
de un hatillo fácil de llevar, y eso se tiene que reflejar en la casa y su
equipamiento. Nunca nos ha parecido más necesario el mueble polivalente, los
complementos ligeros, los electros de tamaño reducido, las cocinas con ruedas y
todo aquello que se deje transportar, llevar de un lado a otro, tal vez
abandonar definitivamente sin mirar atrás. Las compras relativas a la casa se realizarán también a través de una terminal móvil.
Otro proyecto de vivienda prefabricada de la empresa Infiniski
La levedad, ese atributo que la
literatura hace años que reivindica para con nuestra existencia, se tiene que
imponer en todo el entorno y no solo en lo tecnológico. No está muy claro de
qué forma la arquitectura de interiores se hace más liviana, más sutil, más
portátil. Pero ese parece el objetivo de aquí a poco. Posiblemente lo leve,
como genérico, también pueda ser un sinónimo de lo sostenible.
La vivienda transportable permitirá vivir en parajes soñados. La casa es móvil. Prtoyecto del estudio Abaton.
Nunca la
televisión se había mostrado tan interesada en el mundo de la casa como ahora.
Se multiplican los programas que se apoyan, de una forma u otra en la
intromisión en domicilios ajenos, para dar a conocer personajes, situaciones,
problemas o, incluso, espacios para vivir.
En nuestra
entrañable programación actual tenemos espacios con periodistas que visitan la
casa de los famosos, programas que recorren alucinados las mansiones horteras
más pretendidamente lujosas del mundo, reportajes de españoles perdidos (en
todos los sentidos) por el planeta, programas que explican cómo es la vida de
un grupo de jóvenes que comparten piso, realities que se cuelgan del día a día
de unos famosillos, otros que intercambian cónyuges, reeducan niños
conflictivos, e incluso alguno dedicado a la educación canina. Nunca había sido
tan fácil colarse en casa de los vecinos.
La cámara inunda
los hogares ajenos en un ejercicio de voyeurismo
siempre atractivo, siempre irresistible, con la excusa de retratar costumbres y
usos sociales, hurgar en las complicadas vidas ajenas y, de paso y a veces inconscientemente, enseñar cómo son esos sitios
donde los “otros” escenografían sus vidas.
Hermano Mayor, programa de Cuatro. ¿Qué se desestructura antes, la casa o la familia?
La casa, como
escenario siempre a punto para registrar horas y horas de “acontecimientos”
supuestamente interesantes, no deja de ser un plató barato, con actores que
trabajan gratis, incluidos los perrunos, dispuestos a mostrar sus intimidades y
a ponerles un punto de acidez si la tele lo requiere, con tal de cumplir con
los quince minutos de fama que Andy Warhol nos prometió. O sea que, detrás de
este supuesto fenómeno, en realidad, lo que hay es una televisión low cost que suple con imaginación lo
que no puede hacer con presupuestos decentes.
Pero,
bienvenido sean los agujeros de la cerradura televisiva que nos permiten espiar
la casa del vecino, si gracias a ellos nos hacemos una idea del estado de la
cuestión en lo referente a interiorismo real. Y decimos real, en contraposición
al ideal que retratamos las revistas, convenientemente espigado entre las
viviendas más bellas o más graciosas, y sin despreciar el toque final que le da
un buen estilismo.
Españoles en el mundo de La Sexta muestra que el mal gusto es un lenguaje internacional
Esta es la
realidad de la vida y, digámoslo con toda crudeza, la realidad no puede ser más
triste. O más esperanzadora para los estudios de decoración si este país se
despertara un día consciente del enorme agujero estético en que se mueve.
Mientras hace tal improbable cosa, nos regodearemos con esos documentos
impagables que muestran cuán lejos estamos del ideal de belleza de un hogar
moderno: sencillo, confortable y luminoso.
El Inefable Joaquín Torres nos explica cómo se concibe una supercasa desde La Sexta, a base de imaginación y algo de presupuesto.
Las casas que
vemos son feas, incómodas y mal resueltas. Las cocinas son imposibles, los
baños irritantes y los salones ñoños. De los dormitorios, mejor no hablar. Hay
algunas honrosas excepciones que confirman la regla, pero el resto da una pena
muy profunda. Y aún estamos dispuestos a excusar las viviendas más humildes
(esas donde los niños berrean en el suelo con profesionalidad), por una simple
cuestión de recursos. Cuando no hay dinero, quién va a pedir sensibilidad
formal… Pero esas mansiones de gente ricachona decoradas con toneladas de mal
gusto, esas naves supuestamente modernas donde las cámaras vigilan a la gente,
esos escenarios de reality patéticos…
a esos no los indultamos. Les imponemos un severo castigo en forma de bajada de
audiencia. Si las empresas con campañas publicitarias han decidido abandonar un
programa determinado por el mal olor de sus contenidos, también lo harán con
otros espacios por la fealdad de sus escenarios. Así es la vida, señores. Se
siente.
Hace unas semanas tuve ocasión de conocer el recién inaugurado Mercado de San Agustín, en la ciudad de Toledo. Un espacio precioso proyectado en el interior de dos viejas casonas toledanas, que disfruta de una generosa altura en la que se distribuyen tres plantas y un sótano recuperado de unas antiguas ruinas medievales. Los autores del proyecto de rehabilitación, A.M.A. Estudio de Arquitectura, han tenido el buen gusto de dejar visibles algunas de las huellas arquitectónicas preexistentes, creando plantas y accesos diáfanos que no interfieren en la visión del espacio... hasta que se llena. En ese momento álgido en que se oye el frotar de manos de los promotores, cuando la flor y nata de la ciudad y los turistas despistados se reúne entre sus paraditas y se apretujan para conseguir un tradicional plato de costillitas de lechal o un sofisticado sushi, es cuando aparecen los defectos del Mercado de San Agustín así como los de otros santos gourmets que les acompañan. San Miguel, San Antón, San Ildefonso y el Huerto de Lucas (aún sin canonizar) en Madrid, el Mercat de La Princesa y La Boquería en Barcelona, El Mercado Central de Valencia. Algunos de ellos aún conservan el carácter de comercio de alimentos al detall pero su reconversión en chiringuitos de picoteo es cuestión de tiempo y de lo que marquen las leyes del imperio del turismo.
El Mercado de San Agustín, en Toledo, el último santo que se incorpora a la iglesia de la gourmetología. Evitarlo el sábado por la noche.
El gran aliciente de los mercados gourmets son las múltiples paraditas de especialidades que permiten pasear, mirar y tomar algo de capricho. Un formato reducido y domesticado del clásico deambular por los bares de tapas, pero reconcentrado en unos pocos metros cuadrados que impiden el paseo festivo, el cigarrillo y el trago de aire fresco. En su virtud llevan su mayor pecado: la claustrofobia.
La belleza de la arquitectura del acero es eterna. Quién iba a decir a principios de siglo pasado que los turistas se daría codazos por entrar aquí.
Parece que en ninguno de estos espacios el interiorista ha pensado en el público y en la lógica necesidad de sentarse relajadamente para degustar los platillos que se les ofrece, hasta el punto de que el mayor gusto que proporcionan entre un pincho de tortilla y media docena de ostras es largarse de allí con viento fresco. Apenas hay asientos para el aforo que aceptan y las miradas furibundas entre comensales en busca de taburete no hacen presagiar nada bueno. No sé como no se cometen más crímenes allí dentro. Queda la opción de los horarios intempestivos que, en casos de hiperéxito como el de San Miguel ni siquiera existe dado que los turistas carecen de horarios humanos y se abarrotan a todas horas.
El Marcado de San Miguel, en la plaza homónima de Madrid, es el guía espiritual de todos los mercados de especialidades gastronómicas que nos invaden. Suele ser imposible entrar en él, y tomar algo sentado es un milagro.
Los que mejor trabajo de interiorismo muestran son aquellos que han sabido respetar viejas estructuras decimonónicas puestas al día con inteligencia y que muestran la eterna belleza de la arquitectura del acero (San Miguel). Aquellos que se deben conformar con la huella feucha de un espacio que nunca fue bello son los que más agradecen el mogollón humano y la moda de la gastronomía radical (San Antón).
Mercat de la Princesa de Barcelona: piedras milenarias castigadas con estucos feos y tapicerías de bar de carretera. Lo que no hay que hacer en un mercado.
Y finalmente hay que reseñar algún ejemplo triste como el del Mercat de la Princesa de Barcelona que no puede disimular con una señalética primorosa el horror que ofrecen las paredes y columnas pintadas con estucos venecianos de colores imposibles capaces de avergonzar las vecinas piedras milenarias. Un ejemplo más de los males que acarrea el confiar el diseño de un espacio a los técnicos en marketing y olvidar la figura del interiorista al plantear un proyecto de esta envergadura. Y, por favor de Dios, que alguien prohíba colocar más sillas Tolix en los restaurantes de moda. Un poco más de imaginación, señores interioristas.