Tengo un amigo que es prestidigitador y me ha
enseñado un par de trucos sorprendentes, pero también me ha descubierto algo
mucho más importante: la estética agazapada en su profesión. Lo esencial, según dice, no es el ardid sino la presentación del mismo, la lírica que lo envuelve
y que convierte en experiencia compartida algo tan simple como un juego de
manos. Lo que cuenta no es deslumbrar el ojo de los espectadores con trucos que
requieren más o menos habilidad sino ese instante de poesía que el juego
provoca cuando los sentidos, engañados por la habilidad del mago, creen en algo
que no es. Ese momento mágico en que las cartas desaparecen inadvertidamente y
se transportan por el aire de un sitio a otro o en que la moneda cambia de
bolsillo de forma increíble. No importa que conozcas la artimaña y la veas mil
veces. El sobresalto interior es siempre el mismo y la poesía de ese instante
nunca se marchita.
Camas que levitan, pianos de cola, focos teatrales, los interioristas de este apartamento equipado por la firma Lago, se han currado el escenario para hacer magia.
Si pudiéramos hacer esos juegos en la vida real tal
vez seríamos capaces de cambiar las cosas con un hechizo, reparar algunos
errores o simplemente volver al pasado y hacer que todo sea diferente. Nada por
aquí, nada por allá… y volvemos a empezar. Pero la vida, como ya sabemos, es un
terreno muy árido para la poesía y dosifica la magia con riguroso cuentagotas.
En cambio, nos movemos en un
espacio, la vivienda, que funciona casi siempre como un verdadero escenario
para la magia blanca, un lugar donde casi todo es posible. Los interiores se
escamotean y juegan con nuestros sentidos buscando también ese instante de encantamiento
especial que convierte nuestra casa en terreno de lo irreal. Fabricantes y diseñadores proporcionan buenos
juegos de ilusionismo: puertas que aparecen y desaparecen, estancias que se
transforman. Cocinas que semejan parte del estar, comedores integrados,
dormitorios polivalentes y camas que asoman de sitios inesperados. Luces
artificiales -cuya orientación preocupa siempre a los magos porque pueden
ayudar o arruinar un juego-, que recrean regiones mágicas, espacios de
intimidad o de trabajo. Vistas exteriores que se cuelan en casa y espacios que
se multiplican visualmente con espejos o colores claros, con luz o trucos de
interiorista experto. Después de todo, los buenos profesionales siempre saben
cómo solucionar un problema aunque, para ello, deban sacar un conejo de su
chistera.
Creer en algo que no es posible es el primer paso
para que lo sea, es creer en el futuro, en la capacidad infinita que poseemos
para cambiar las cosas, en que no todo tiene que ser como el destino parece
haber dispuesto. En que se pueden barajar las cartas y repartir otra vez… No
importa si todo eso no sirve de nada ya que, aunque no lo consigamos, la
ilusión de la magia nos acompaña y nos da energía para volver a intentarlo.
Muchos artistas plásticos, además de arquitectos,
diseñadores, encantadores y hechiceras, nos recuerdan con su trabajo que mirar
las cosas con ojos de niño es volver a la inocencia, a un tiempo en que todo
era posible y la utopía se tiraba al suelo para jugar con nosotros. Cuando
creíamos que eran realizables algunas cosas tan simples como hacer un mundo
mejor, a nuestra medida, para todos. Las ilusiones y el ilusionismo tienen una
etimología común. No debemos renunciar a todo ello.