Sobre interiorismo todo el mundo
tiene opiniones sólidamente formadas que le permiten sentar cátedra y
aleccionar a los profesionales del ramo. Es un fenómeno curioso que a muchos
profesionales les lleva a huir del diseño de espacios residencial como alma que
lleva el diablo para dedicarse exclusivamente a las instalaciones y espacios
públicos donde los clientes son gente cabal y respetuosa (en teoría). Cuántos
interioristas me han confesado que no quieren saber nada de la arquitectura
doméstica para evitar pelearse con la señora de la casa que, al fin y al cabo,
está defendiendo el espacio donde va a vivir muchos años. Otro tanto les pasa a
los arquitectos que corren como poseídos a fotografiar sus proyectos antes de que
los dueños de la vivienda entren y los estropeen en el plazo de veinticuatro
horas.
Apartamento reformado en Amsterdam por Laura Alvarez
Vivienda en Llavaneras de Susanna Cots
La realidad es que, cuanto más
profundizas en el mundo del diseño de interiores, más comprendes la tremenda
complejidad que abarca. Las infinitas opciones técnicas que se presentan y
renuevan todos los años. Las innumerables pequeñas y grandes decisiones que
debe tomar un profesional al proyectar un espacio. La necesidad de renovar
continuamente los conocimientos sobre materiales, energía y tecnología
aplicada. Las implicaciones de tipo psicológico que debe asumir un espacio y la
necesaria perspectiva estética que no se puede olvidar nunca. Cuanto más
conoces este mundo más lo respetas y admiras a los grandes profesionales que lo
han hecho avanzar. Cuando los arquitectos incorporan interioristas a sus
equipos por alguna razón será.
Casa en Alpicat de Albert Brito y Carles Enrich
Cuando he participado en una
conferencia o mesa redonda rodeado con profesionales del ramo, he procurado
hablar lo menos posible y guardar un silencio respetuoso, para no interferir en
las palabras de profesionales que saben lo que es sufrir para conseguir que
suene bien una orquesta de industriales con mono azul que gustan de pasarse la
pelota unos a otros, de cumplir siempre tarde con los plazos y de superar los
presupuestos con problemas imprevistos. Eso es heroísmo y no lo que hace
Calatrava en sus engendros. Levanto mi sombrero por los interioristas patrios
‒por cierto, muy respetados más allá de los Pirineos‑ y por los espacios
maravillosos que nos regalan continuamente. Qué trabajo tan difícil de
entender…