Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

lunes, 20 de febrero de 2012

¿Por qué los interioristas son invisibles y los cocineros mediáticos?

El universo del diseño de interiores carece de estrellas mediáticas.  Esto es un hecho, aquí y en Estocolmo. Si exceptuamos el fenómeno de los arquitectos estrella, ahora denostados por su tendencia colosal al derroche, no existen nombres conocidos en el mundo del interiorismo. No hay personajes mimados por los medios, no hay entrevistas divertidas,  ni profesionales excéntricos, ni cachondos mentales que den juego en los medios de comunicación. No hay programas de televisión que se ocupen de sus extravagancias,  ni columnas sesudas en prensa, ni programas de televisión que expliquen sus  ocurrencias. Apenas conocemos leyendas del interiorismo, jóvenes promesas o viejas glorias, cotilleo sano o envidioso, paridas dignas de mención…

Y ello que se trata de la gente que diseña nuestro entorno, esos escenarios donde suceden esas cosas importantes que obsesionan a los medios y a sus lectores: la vida cotidiana y nocturna, la comida, el sexo, el ocio, las relaciones y todo lo demás. Es como si en una superproducción de Hollywood nadie se preocupara de los decorados o la dirección de arte. No cuentan…

No vamos a suspirar por la fama universal de un Ferràn Adrià, que se ha ganado con imaginación y riesgo su estatus como icono de la gastronomía mundial… No hace falta aspirar tan alto, pero ¿cómo es posible que cualquier cocinillas de tres al cuarto sea digno de ocupar planas de dominicales por el supuesto mérito de una nueva versión de la tortilla de ajos tiernos? ¿Qué tienen los cocineros que no tienen los diseñadores? Más guapos no son, sino más bien al contrario… ¿Entonces…?

Tengo una teoría.

La gastronomía ­–como la moda, la música, el deporte o el cine– es muy fotogénica. Da bien en los medios y es extremadamente asequible. Todo el mundo la entiende porque apela a un instinto básico escasamente cultural. Todos comemos y tenemos paladar (aunque el de algunos sea de esparto) y, por lo tanto, todos sabemos de qué nos hablan cuando nos explican las bondades de la cocina molecular. No importa si la detestamos o preferimos un buen pincho de chistorra. Es una opción, pero está en el mismo plano sensitivo que la esferificación de encurtidos ibéricos con aroma a pimentón de la Guayana. En ambos casos, te lo metes en la boca, lo saboreas y opinas, Es fácil. Es un lenguaje que, por mucho que se haya sofisticado, pueden entender el profesor de filosofía y el albañil.

Que algo tan sencillo como esa ingestión de alimentos se haya convertido en un acto cultural digno de llamar la atención de la Documenta de Kassel es simplemente el signo de los tiempos. Nuestras prioridades culturales pasan por los sentidos básicos.

Izquierda: Torre Swiss Re de Norman Foster. Derecha: pepino.

La gastronomía es una actividad muy simple que hemos elevado hasta un estatus complejo. El diseño de espacios, por el contrario, es un acto tremendamente complejo que origina entornos cuya misión es influir en nuestro comportamiento sin que nos demos cuenta. Su vocación es la invisibilidad conceptual, la discreción como estilo, la no interferencia. Hay que hacer una reflexión sutil y experta para entender la grandeza del interior de un edificio bien resuelto, la calidad de una vivienda luminosa, la hospitalidad de un local de restauración donde sirven pinchos de chistorra.

El mayor mérito del interior bien proyectado es que no se note el esfuerzo realizado allí. Por eso cuesta un poco apreciar la calidad de los materiales, la correcta iluminación, la acústica adecuada, la responsabilidad del diseñador con las buenas vibraciones que ofrece un restaurante o una casa. Es algo que parece inherente a los espacios y nadie se lo plantea como el trabajo riguroso que realmente es.

Saborear un buen diseño de interior requiere un gran bagaje cultural, algo más que el simple paladeo de un pincho. Como deformación profesional, el buen interiorista tienda también hacia la discreción absoluta, el alejamiento de las cámaras, la introspección, y con esta actitud, qué difícil es convertirlo en un personaje mediático. No es casualidad que los diseñadores vistan siempre de negro para no llamar la atención. Pero este es tema para otro post…

1 comentario:

  1. Que razón tienes.
    Leí una vez que los diseñadores de interiores no crean tanta fama como los arquitectos porque su trabajo es mas efímero, que es raro que un interior se mantenga muchos años sin cambios. Creo que esa es una de las razones por las que no tienen tanto poder mediático.
    Un saludo.

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