Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

domingo, 5 de febrero de 2012

Abramos las ventanas

Hace quince años me enfrenté con la redacción de la editorial de la primera revista que dirigía editada para el quiosco (bueno, Casa Viva no era la primera pero la información minuciosa estropea un cuento). Un texto editorial en una revista de decoración se supone que es algo así como un sumario comentado por la "directora" donde se habla de nada y se presentan las páginas que vienen detrás sin mojarse apenas. Una excusa boba para poner la foto y la firma y vestir un poco la publicación.

A mí me pareció una pérdida de tiempo y de espacio, y una tremenda falta de respeto con la persona que se había gastado quinientas pesetas, que se merecía mi respeto y gratitud. Así que, tras un par de editoriales vacilantes, decidí que aquella página era un privilegio inmerecido, una  oportunidad increíble de hablar con varias decenas de miles de lectores y una responsabilidad abrumadora. Era imperativo rascarse la mollera y aportar algo que añadiera contenido real a la ensalada de fotos que le seguía. 

De entrada, necesitaba un título de sección un poco más imaginativo que el consabido "Editorial" y, aunque era un poco fatuo, pensé que "La Ventana" era un nombre que unía dos ideas claves: la de mirar fuera y la del elemento que es parte indispensable de la estructura de una casa.

Ya está. Ahora solo había que intentar decir algo sustancioso. Algo con sentido. Una reflexión propiciada por la perspectiva que te da estar en el centro de todo lo que sucede en este mundillo y acumular kilos de información. Este... ¿Qué acostumbra a suceder en el mundo del interiorismo doméstico? Ummm... la verdad, poca cosa. El diseño de interiores residencial (qué bien suena eso) o la arquitectura de interiores (más fonético aún) son ramales poco dinámicos de disciplinas enérgicas y reconocidas socialmente como la arquitectura, el diseño o el arte. Por más que los decoradores se hayan zafado de esa peyorativa palabra que evoca cosas como colgar cortinas o pintar paredes, no se ha avanzado mucho más. El interiorismo no tiene el glamour de la moda, ni la accesibilidad universal de la gastronomía, ni  el cachondeo de los viajes, ni la mítica de la literatura, el cine o la música... No hay personajes estrella, ni obras conocidas, marcas a lucir o cotilleos apreciables.

Entonces ¡de qué demonios se puede hablar durante quince años a razón de una docena de veces al año si en este puñetero sector nunca pasa nada! Toda disciplina tiene sus paisajes habituales que los críticos o teóricos recorren encantados, acompañados de historia y anécdotas varias... Esto, por el contrario, es un desierto, sin libros, sin columnas en prensa, sin especialistas, sin esqueleto conceptual alguno... ¿Hay alguien ahí? Lo más emocionante que sucede en el mundo del diseño de interiores es la Feria de Milán, el Salone, que reúne el mes de abril a los especialistas, diseñadores y fabricantes de todo el mundo para mostrar qué ha hecho la industria durante este tiempo. Por más que Karim Raschid nos alegra la vista con sus atuendos color rosa chicle y Philippe Starck haga alguna payasada, el resto es puro aburrimiento.

Ante este panorama, no había más remedio que ser un poco creativo para sacar agua de las piedras. Solución: echarle imaginación y pedir prestada la sal al vecino crítico para darle gusto al plato. De este modo, mi editorial se plagó de ocurrencias atolondradas, cuentos chinos, paridas de domingo, reflexiones post depresión, críticas de cine, juegos de palabras, mala literatura comprimida, reivindicaciones baratas, afirmaciones de identidad colectiva, dedicatorias, jaculatorias y oratorias... en pocas palabras, un cajón de sastre caprichoso, a veces inspirado y a veces expirado que, por lo menos, no caía en la tentación de avanzar los contenidos de la revista. Eso sí, con un firme propósito que no he abandonado en estos años: la casa, o sus circunstancias, siempre debe estar presente en el texto.

Cuál no sería mi sorpresa cuando, al cabo de un par de docenas de "ventanas", una señora me saludó con los ojos muy abiertos y me dijo "yo siempre leo sus editoriales, y las encuentro muy divertidas". Muy divertidas... Y luego, un día, Andreu Buenafuente escribió en su columna de El Periódico que mis editoriales "son ingeniosas". Ingeniosas... Y mi amigo Humbert me dijo que guardaba la revista en la mesita de noche porque le gustaba leer mis editoriales antes de ir dormir... Y así, lentamente, con la ayuda de gente amable y paciente, al tiempo que mi ego ganaba unos kilitos (nada del otro mundo), me vi en la obligación de continuar siendo Divertido e Ingenioso y rascarme la mollera cada mes.

¿Valió la pena? Sí. Aunque sólo fuera por homenajear a ese lector que se rasca el bolsillo cada día 20, y mostrarle todo mi respeto dedicándole un escrito que me ha costado (mis colaboradores que se tiran de los pelos cada mes porque llego siempre tarde, lo pueden confirmar) un huevo de esfuerzo, donde me he dejado algún jirón de mi piel y más de una tarde de domingo.

Ahora que Internet pretende comerse al papel y que los medios de comunicación tradicionales están buscando sus nuevas señas de identidad es el momento de recordar que nada (de momento) nos sustituye a nosotros como actores.  La reflexión, la experiencia compartida, la sabiduría de los profesionales y la de los profanos están por encima del canal por donde circula. En todo caso, bienvenida sea la red si nos permite comunicarnos mejor. Quiero recuperar algunas de aquellas "ventanas", pensar en viejas cosas nuevas, compartir pensamientos y paridas, seguir vistiendo de palabras una actividad que, con el tiempo, he llegado a amar profundamente, así como a sus protagonistas.  Reivindicar que en este país se hace uno de los mejores diseños de interior del mundo... 

En el fondo soy un sentimental. Dice el maestro Allen al final de su mítica Annie Hall que con los sentimientos pasa como con aquel hombre que fue al psiquiatra a pedir consejo para su hermano. "Doctor, mi hermano se cree una gallina, ya no sabemos qué hacer con él". "Lo que tienen que hacer es internarlo inmediatamente" le aconseja el psiquiatra. Y el otro le contesta: "Ya... pero es que necesitamos los huevos".





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